sábado, 30 de mayo de 2009

capítulo dos: continuación de la realidad


Los párpados me pesaban, me sentía muy cansada, débil, sin fuerzas, hice un esfuerzo y conseguí abrir los ojos. En ese momento mis labios describieron una leve sonrisa al ver a mi padre sentado en una silla cercana a la ventana de la habitación mirando hacia los jardines de fuera, y a mi madre, sentada en un butacón negro, con las manos juntas y con el aspecto cansado que siempre ha delatado el esfuerzo que, cada día, hace por nosotros. 
Ella estaba mirando al infinito cuando, de repente levantó la vista hacia mí y se la dibujó una enrome sonrisa en la cara cuando me vio despierta. Mi padre se levantó apresuradamente a llamar a la enfermera en el momento en que mi madre se puso en pie de un salto y me agarró la mano fuerte mientras me besaba la frente.
Una enfermera entró en la habitación y, apresuradamente toqueteó en las máquinas a las que yo estaba conectada diciéndome:
Menudo susto ¿eh? – sonrió al verme sonreir y se marchó.
Mi madre me abrazaba contra su pecho como si ello le fuera la vida, sin parar de repetirme lo mucho que me quería. Entonces volvió la enfermera con un vaso de agua en una mano y una pastilla diminuta en la otra, mi madre se apartó y la enfermera me lo tendió para que me lo tomara. Pidió a mis padres que salieran de la habitación y me dijo muy bajito que tratara de descansara.



Cuando desperté me sentía viva, ya no sentía que mi vida dependía de unas pocas máquinas de hospital. Sin embargo, seguía sintiéndome indefensa entre el collarín y las escayolas. La noche estaba llegando, se adivinaban colores que se iban apagando lentamente al otro lado de mi ventana, ¡Qué bonito es ver anochecer!
Las primeras semanas en el hospital pasaron rápidas mientras conocidos, familiares y amigos desfilaban por la habitación para desearme una pronta recuperación y traerme regalos que no podía comer, que no podía tocar, que no podía oler, en definitiva, que no podía disfrutar. Álvaro, mi chico, solía pasar a verme todos los días después de clase, esa era la razón de que pusiera empeño en mi recuperación, sólo quería que llegasen las 5 de la tarde para recibir su visita, él era lo único capaz de alegrarme los tristes días de hospital.

jueves, 28 de mayo de 2009

el comienzo de su realidad (2)


En aquel mismo instante en que me alejé de allí me di cuenta de que hacía mucho rato que Álvaro había ido a por algo de beber y estaba tardando demasiado. Cuando me di la vuelta para decirle a Marta que debíamos ir a buscarle, ella había desaparecido, miré alrededor pero no había ni rastro de ella. Comencé a dar vueltas por toda la discoteca en busca de Álvaro, y tras no encontrarle por ningún sitio y saber que hacía rato que nadie le veía me dirigí a la salida.
Cuando salí a la calle le ví al otro lado de la calzada, hablando con una chica que no llegué a ver. Eché a correr hacia él, se giró y se la sonrisa que tenía en la cara dio paso a una expresión de terror acompañada por un grito ahogado que me paralizó. Giré la cabeza justo a tiempo para ver un coche a diez centímetros de mí. Después, sólo escuchaba como todos gritaban pidiendo una ambulancia.

martes, 26 de mayo de 2009

el comienzo de su realidad







Me observaba desde la barra del bar como una fiera acechante observa a su presa, con esos ojos verdes que desvelaban su estado ebrio y me releían el cuerpo una y mil veces. Tenía el pelo castaño, enmarañado cual yonki, tez morena, y aspecto desaliñado. Cada vez que mi mirada caía sobre la barra, allí estaba él, mirándome como si en el mundo no existiera nada más.
Decidí no mirarle más y seguir bailando con Marta, y cuando ya pensaba que el chico se habría marchado, sentí algo en el hombro, me giré y allí encontré. Su rostro a quince centímetros de mí. Sonrió como si pensara que yo me moría por besarle, y con una mano rodeándome la cintura me dijo:
- ¿Puedo invitarte a una copa?
- No, gracias. Ya tengo quién me invite. – contesté fríamente
No tenía ganas de perder el tiempo con un chico como él. Parecía creerse el chico más guapo en toda la faz de la Tierra, parecía el típico que va de listo, está hoy con una y mañana con otra sin preocuparse por otra cosa que por él mismo. Mientras yo pensaba esto mirándole a los ojos, él sacó un paquete de tabaco del bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros y me ofreció:
- ¿Puedo invitarte a un cigarrillo? O ¿ya tienes quién te invite a eso también? – dijo mirándome a los ojos fijamente.
- No. A eso no hace falta que me inviten. Creo que eso es absurdo un vicio que sólo sirve para tirar el dinero, para que la gente como yo tenga que salirse de los bares varias veces porque es insoportable el ambiente que se crea y para fomentar una enfermedad por la que morirse. Y ahora si me perdonas, me voy a algún sitio donde el aire que respiro esté menos contaminado.
Acabado esto, me dí la vuelta y sin más dilación ceñí el brazo de Marta, quién estaba mirándole embobada, y tiré de ella en dirección al baño.